El discurso político es mucho más que una disertación

Por: Dra. Lucivel Avila

En la comunicación, la mayor parte de los estímulos que se intercambian pertenecen al ámbito no verbal, que integra un conjunto de códigos que intervienen en nuestra vida diaria, emitiendo de forma permanente signos que inciden en la percepción de la gente.

Al hablar de discurso, es preferible distanciarse del concepto fijado en el imaginario social y argot popular, que alude a disertación. Según la Real Academia Española, se trata de “una serie de palabras y frases empleadas para manifestar lo que se piensa o se siente”; y de “un razonamiento o exposición de cierta amplitud sobre algún tema, que se lee o pronuncia en público”.

Cuando indico separar estas definiciones de lo que englobamos en un discurso, y más aún político, es por considerar que se obvian elementos importantes y que van más allá de las palabras. Empecemos por retomar la discusión del qué se dice y cómo.

Actualmente, los públicos no evalúan tanto el contenido del mensaje como la forma en que lo transmite el candidato. Desde la irrupción de la comunicación audiovisual, lo primordial no es tanto de qué intentan persuadirnos, sino que el personaje resulte persuasivo. El “cómo se dice” es un factor que se debe considerar cuando se quiere ser un buen comunicador. Por citar un caso común, los electores pueden evaluar al candidato mientras está siendo entrevistado en un programa de televisión, en función de si mira o no a la cámara, si sonríe o mantiene una actitud muy seria, si usa muletillas orales, si al hablar hace pausas cortas o largas, si se nota nervioso o relajado, la vestimenta que lleva, el equipo que le acompaña, etc. Esto con independencia de lo que esté diciendo.

Por tanto, entran en juego muchos elementos verbales y no verbales con especial atención en la escenificación del discurso. Entonces, estemos claros: cualquier persona que tenga una comparecencia pública empezó a emitir mensajes mucho antes del evento en sí. La invitación que envió hablo por él o por la organización que representa, respecto a los colores, la tipografía, el tipo de papel, etc. Asimismo el lugar donde se realizará el encuentro, la decoración, iluminación, muebles, el atril desde donde hablará, y la música de entrada, de fondo y de cierre (géneros musicales, cantautores y demás detalles, como lo que el público percibirá o recordará al escucharla).

No se queda de lado: cuáles palabras se escogieron y como las expresará, el movimiento en el escenario, las pausas que hará, la duración de los silencios, los gestos que acompañarán esas frases y las imágenes que se proyectarán mientras habla (luego se nota en qué minuto y segundo específico se difundieron ciertas fotos o videos). También se define cuidadosamente el orden de los asientos en función de las personalidades, a quién va a mirar el político que hace uso de la palabra y cómo lo va a hacer; dónde estará su foco más importante en el público.

Todo esto dejando por sentado que ya se determinó de modo estratégico lo concerniente a la apariencia: vestido, peinado, maquillaje, joyas, complementos, accesorios y todo aquello que permite detectar ciertas singularidades de la personalidad del aspirante.

Ya en otros escenarios, siempre traigo a colación, por ejemplo, que al ir a un sector deprimido socioeconómicamente hablando, ese político “humilde y empático” no debe aparecerse con su reloj costoso, sus mejores zapatos o su lujoso lapicero… es cuestión de coherencia. ¡Todo comunica!
De esto hablo al referirme a discurso. La comunicación con fines políticos encierra esos mensajes persuasivos que intentan convencer y ya no sólo mediante la palabra, sino también de símbolos, gestos y formas propias de elaborar y emitir los mensajes. Llega un momento en el que ya no importa el sentido verdadero de los vocablos, sino su efecto acústico, su capacidad de producir impactos psicológicos sobre los oyentes, su energía para suscitar rayos polémicos y su sutileza para arbitrar juicios.

Lo no verbal puede acentuar la información, modificarla o incluso, a veces, anular su significado convirtiéndose en una metacomunicación. Es sabido que un mensaje no verbal que no esté en coherencia con el verbal revela el fracaso del discurso.

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